Colombia

1a parada: Bogotá

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Bogotá es una ciudad hermosa, el verde de las impresionantes colinas que abrazan la ciudad es la mejor bienvenida de un largo viaje y llegar en domingo es maravilloso porque puede uno ver la ciclovía mas larga del mundo deslizándose por toda la ciudad; por las avenidas más importantes, junto a la carretera, por el centro, fomentando la idea de que la ciudad, todas las ciudades, son y deberían ser de la gente.

Nuestra visita a Bogotá seria muy corta y como buenos y andantes viajeros, teníamos ya planeadas todas las horas de la estadía. Rechazando mi inclinación natural por quedarnos en La Candelaria, el centro colonial de Bogotá que está resurgiendo en un apogeo turístico pero sigue aun manchado por su historia vándala, nos quedamos en el “Guetto Gourmet” de la zona de Chapinero en el norte.

De ahí es muy fácil montarse en el Transmilenio, que cuesta solo unos cuantos pesos y es la vena central del transporte público. Nuestros familiares y amigos, no siendo de la ciudad, nos inculcaron un miedo enorme del Transmilenio, pero nosotros nos montamos sin pensarlo dos veces, sin mapa ni dirección, solo las instrucciones entrecortadas de la recepcionista del hotel, rumbo a Zipaquirá donde está la Catedral de Sal.

Llegamos sin problemas a la terminal norte para tomar una buseta, dentro de un mar de ellas, que identificamos por los gritos de ¨Zipaaaaaaaa¨ ¨ZipAAAAAAA¨del conductor. Una hora y una pestañeadita después, nos botaron en el centro del pueblo de Zipaquirá donde nos toco caminar, montaña arriba, por 20 minutos, por el camino de la sal.

Seré la primera en admitir que el largo viaje y la caminata difícil me hicieron un poquito gruñona y empezamos el recorrido de la catedral en discordia. Pero tan pronto entramos en la refrescante oscuridad de la mina de sal, cambio todo. La Catedral de Sal no es antigua ni tiene preliado, pero hay algo estupendamente maravilloso e inspirado de la forma en que se narra el viacrucis, no con figuras humanas, sino con el diseño y arquitectura de las cruces, talladas en la sal. Aun con tantos turistas, se siente quietud y asombro, y las profundidades no exploradas, y no visibles,  emanan cierta seducción.

De Zipaquirá no es muy lejos el pueblo de Chía, nuestro segundo destino, y con direcciones que más o menos eran ¨tomen un taxi a la central y busquen una buseta que diga Chía¨ terminamos apretujados en una buseta que se paso más de una hora atorada en tráfico.  En Chía se encuentra el mega restaurante Andrés Carne de Res, que es el mejor lugar para hacer una rumba, pero no en domingo ya noche. Pero igual la pasamos bien.

El día siguiente salimos temprano hacia el centro para hacer el tour de graffiti. Resulta que en Colombia el graffiti no es penado, por lo que hay una amplitud de artistas de arte callejero; no solo de pintura, sino de escultura también, y de arte de otros tipos. El arte callejero dentro de la Candelaria no es político – ese está en todas las demás partes de la ciudad, pero el tour sin duda fue de los tours más informativos, atractivos, interesantes y bien diseñados a los que he ido.

Después de comer el famoso ajiaco en la Puerta Falsa, lugar afamado que además cuenta con un sin número de imitadores, fuimos al museo de Botero y a bebernos una cerveza Bacatá (nombre original de Bogotá) finalmente regresando al hotel agotados por el esfuerzo y el calor agresivo que dejaría secuelas en mi cuerpo por el resto del viaje. La visita imprevista con un amigo culto y bien viajado, completó el día hermoso y ajetreado.

2nd parada: Popayán

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Popayán esta al suroeste del país con un centro blanco, exaltado en una pintura de Botero que reside en su museo bogotano y el renombre de ser la primera ciudad en haber sido nombrada por la UNESCO como Ciudad de Gastronomía.

Llegamos en fiestas decembrinas para visitar a la familia y los pocos días de visita revolvían alrededor del año nuevo. Degustamos cosas interesantes como la carantanta, que es el asiento de la cocción de la arepa, que queda en capas planas como chicarrón (de piel no de carne) y se refríen hasta quedar crujientes y suntuosas. Probamos también los tamales tolimenses, que son más guisado que tamal, con pedazos generosos de pollo y tocino sin ahumar, zanahorias, papas, y hasta arroz, envuelto en hoja de plátano. Y los desayunos con tazas enormes de chocolate humeante.

Fue en Popayán que tuve mi primer experiencia con un “estilista” colombiano: 4 horas de confusión, dolor y una toalla usada para todas las clientas. Nunca supe qué producto me pusieron en la cabeza, mi corte de cabello duró exactamente 20 segundos (puse la cabeza entre mis rodillas, me volteó todo el cabello y me cortó las puntas: tan tan) y trataron mi cabello como si estuvieran lavando trapos en el lavadero, jalando, estrujando, frotando, exprimiendo, como si no estuviera conectado a mi cabeza.

Y dónde, caminando por el verdoso paisaje que alguna vez fue parte de la legacía de la familia, aprendiendo del linaje familiar de inmensa opresión hacia hombres y mujeres por igual, tuve mi primer, pero no último, roce con el machismo todopoderoso que existe en Colombia, heredado quizás de la violenta dominación española y perpetuado tristemente por una cultura que acepta como irrefutable lo que sabemos es aprendido y no genético; que ha educado generación tras generación de colombianas y colombianos con la limitante filosofía de que los hombres son solo buenos para “coger, beber y pelear” y tener hijos y que las mujeres están para aceptar, aprobar y justificar acciones y situaciones que las mantienen estresadas, celosas e infelices y que las ponen en riesgo de violencia física y sobre todo emocional. El machismo es un problema mundial, y su cara colombiana está visible en las familias complicadas con padres compartidos e infantilizados, que nunca maduran, y que se han convertido en la norma no la excepción.

El año nuevo lo recibimos en el campo, en familia, con botella tras botella de aguardiente, un lechón enorme. Escribimos nuestros propósitos para el año por venir en papelitos amarillos con la intención de quemarlos, y terminamos compartiendo papelitos con toda la fiesta, pequeños incendios emanando en cada rinconcito de la carpa. Al pasar la noche, los invitados empezaron a desaparecer, unos por tomar demasiado, otros por que estaban aburridos, la mayoría porque estaban cansados, pero la fiesta no acababa y la música seguía ensordecedora. Ver a todos los invitados apiñados dentro de la casa bajo cobertores y abrigos, aceptando sin tapujos que 3 borrachos iban a determinar la noche para más de 30 personas, fue suficiente para que a las 6 de mañana yo perdiera los estribos. Cuando ya no hay fiesta, ¿porqué deben de sufrir todas y todos por el machismo de un minúsculo porcentaje de los invitado?

Nuestro primer día del año nos encontró dormidos y, luego, adormilados, y después, peleados y reconciliados. Dentro de los más poderosos de los sentimientos del mundo, esta el sentirse como parte de un equipo, con un lenguaje secreto, y una actitud de “nosotros en contra el mundo” y cuando lo recuperamos esa noche, ese primer día del año, fortalecimos tremendamente nuestra relación.

3ra parada: Manizales

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Atravesando 3 estados y un sin fin de climas, el viaje hacia Manizales desde Popayán fue de los más lindo, probando todas las ricas frutas del centro del país, bebiendo jugo de uva recién hecho, y los más fabulosos panes de bono que he comido. Lamentablemente, descubrí que en ninguna otra parte los hacen como en este restaurante especializado en ellos, que los hace como paos de queijos, airosos por todo lo que los demás son pesados.

A Manizales la abrazan  montañas de follaje robusto y tiene un clima placentero. Es una ciudad conocida por su café y aguardiente, sus mujeres lindas y su legacía española. Dos emblemas de la ciudad representan con precisión lo que Manizales valora. Primero, una catedral gótica, construida por un equipo de extranjeros, con materiales importados mal adaptados al clima húmedo y que, en solo unos años de haber sido construida, ya se está deshaciendo. Y segundo, un himno de la ciudad que pone a la “juventud” como el mayor de sus tributos, empezando así, “Manizales, beso tu nombre, que significa juventud”.

La visita no era al azar. Estábamos ahí para disfrutar de la feria de Manizales, una feria que gira, más que nada, alrededor de la experiencia ecuestre y taurina. No apruebo del maltrato animal, que indudablemente es y siempre será este tipo de “tradiciones” y al parecer tampoco estoy sola en mi entendimiento, siendo que un gran número de activistas en Colombia han logrado que se prohíba esta práctica barbárica en varias partes del país. Esta entrevista con Alvaro Múnera, un torero colombiano que ahora está en contra de las corridas, ofrece un buen contraargumento a las justificaciones de esta violencia y es una interesante lectura para este contexto cultural.

Como antropóloga y más que nada como invitada de la familia de mi novio (¡ahora prometido!), me sentí afortunada de poder vivir esta experiencia con él, y de entender el gran valor que tienen las corridas en su identidad colombiana y más que nada para su padre y familia paterna. Armada con un el más certero relativismo cultural que pude reunir, asistí a las corridas y aprendí todo lo que pude de la corrida, todo el simbolismo y el ritual: tomar de la bota, aventar la chamarra de piel cuando el torero torea bien, abuchear y gritar con cada movimiento y todo lo que ocurre después de la corrida: el ir a comer los increíbles chuzos de la esquina, ir a beber al barcito antiguo, que era un lugar increíble en su apogeo pero ya no lo es, y después, el debate de que a cuál carpa ir, porque hay música de todo tipo en todas partes y para todos los costos.

Al principio de nuestra estancia yo no entendí que todo revolvía alrededor de las corridas, puesto que los primeros días turisteamos por aquí y por allá, y por eso le había dicho a mi novio que solo me gustaría ir a 2 corridas (de 7), pensando que haríamos otras cosas los demás días.

Esos primeros días nos levantábamos temprano para ir al estadio; tan lindo que es entrar en un estadio tan verde y limpio y ver a la ciudad disfrutar de este espacio público. Luego tomábamos jugo de mandarina, recién hecho, para después comer buñuelos colombianos riquísimos. Yo estaba obsesionada con los buñuelos desde que descubrí que eran tan radicalmente diferente a los que tenemos en México. Por todo lo que los buñuelos mexicanos son delgados discos fritos hasta crocantes y chorreados con miel dulce, los buñuelos colombianos son esferas perfectas, dulcesaladas, fritas hasta que el pan se cocina pero manteniéndose esponjosas. Con un chocolatito o un café son de lo más placenteras.

El dueño de los mejores buñuelos de Manizales, es un hombre emprendedor que un día, hace 10 años, trato de complacer a sus hijos haciéndoles buñuelos, y descubriendo que no es tan fácil. Como yo también hice buñuelos recién, sabía perfectamente lo que significaba que explotarán las bolitas en el aceite. Me compartió un poco de su historia, de su receta y hasta hablamos del tipo de vacas que producen la leche que se usa para hacer el queso que produce los mejores buñuelos (Jersey)  aunque aquí solo hay vacas Holstein.

Un día fuimos a pescar, otro día a las aguas termales, luego a caminar por el centro, hacer el tour de la catedral, hasta vimos una peli en el cine llamada ¿Usted no sabe quien soy? que me dio un muy buen vistazo de la familia colombiana.  Comimos rico todos los días, siempre había familia, y música y todos los días planificados a plenitud.

Mi novio fue anfitrión, confidente, amigo, guía turístico y caja de resonancia mientras trataba de entender la cultura colombiana, y los choques que tenía con ella. He viajado a 21 países en 5 continentes, y este viaje a Colombia presentó un reto interesante para mi; de querer entenderlo todo, recordarlo todo, integrarlo todo y de imaginar lo que significaría ser parte de esa cultura de una forma mucho más real que en ningún otro viaje. Al fin y al cabo, mi vida esta permanentemente entrelazada con este hombre maravilloso de descendencia colombiana con el que pienso casarme, y quiero saber y analizar todas las formas en que nuestra vida juntos será influenciada por Colombia, de la misma forma que me imagino el ser pregunta o analiza cómo la cultura mexicana o la cultura norteamericana de mi familia influenciarán, tanto de forma positiva como de forma negativa, nuestro futuro.

Y en este papel de mi todo durante este viaje, mi novio quedó con la impresión de que el viaje me traumatizó. Sin embargo, este viaje lo que hizo, más bien, fue despertar en mi una sed por conocer la Colombia poco convencional, la que esta afuera de la fiesta, y el aguardiente, y la infidelidad y la rumba que nos presentan los colombianos como su identidad nacional; lejos de esa Colombia de “Pablo Escobar” que han permitido se convierta en léxico popular al negar su existencia y dejar de ser agentes de su propia historia. Quiero saber los origines de la arepa, y de los grupos indígenas en todo el país, y del movimiento sindical tan fuertemente reprimido que ha hecho que Colombia esté entre los 10 lugares más peligrosos para las trabajadoras y los trabajadores en todo el mundo, y su arqueología (al parecer con uno de los sitios arqueológicos más antiguos del continente) y su flora y fauna y de las miles de cosas que hacen maravillosos al país y a su gente.

Pero algo sí quedó para siempre arruinado para mi durante este viaje: la rumba. Detrás de ella yace, no la desenfadada felicidad que pretende profesar, sino los monstruos que asedian esta cultura: el alcoholismo incontrolado; la violencia y agresividad;  el machismo; la poca responsabilidad de los hombres que glorifican la infidelidad, denigran a todas las mujeres y parece permitirles ser su peor persona. Por más que parece ser equitativa, la rumba colombiana causa un desasosiego impresionante para las mujeres e hijos de estos hombres colombianos, que son víctimas del descontrol alabado por la rumba.

El último día teníamos planeado pasarlo en Bogotá, pero un mal cálculo de nuestra parte en cuestión de los vuelos y una racha de mala suerte con el clima, terminó manteniéndonos en Manizales todo el día hasta casi salir para E.E.U.U.

Y ya acá la vida vuelve a algo más normal, más controlado, más responsable, menos machista.

Hasta que nos veamos de nuevo Colombia.